Aunque no lo parezca, este asunto del que voy a reflexionar tiene relación directa con la IA educativa. Probablemente lo que hoy es el mantra de los "móviles", mañana lo será la "IA".
Comencemos reconociendo un triste hecho. Legislar con prohibiciones revela el fracaso de la educación, o al menos sus limitaciones. Solo prohibimos como último recurso. El sentido común sugiere que primero escuchemos y pactemos, pongamos reglas equilibradas, y solo después, si la cosa no funciona, recurramos a la coerción externa. Eso debió suceder con los móviles en las aulas. La lógica es simple y compleja a la vez: Las familias no permiten que sus hijos los lleven al centro educativo, a no ser que el docente requiera de ellos para una tarea específica. Si los estudiantes los traen sin permiso del docente, las familias son responsables de ello.
No sucedió así. El adolescente lleva móvil a las aulas sin control familiar. Solución infértil: Prohibimos los móviles en los centros. ¿Por qué no vino antes esa prohibición de las casas? Porque no tienen control sobre ello. Delegan en los docentes esa responsabilidad con la ingenua esperanza de que ello traiga más sensatez en su uso fuera de los centros educativos. La medida, pensada más para evitar a las consejerías demandas de familias y a los docentes eludir educar en el uso sano de los dispositivos, es inútil y además peligrosa, porque da una falsa sensación de seguridad, como si el asunto quedara solucionado. Sin embargo, el estudiante, fuera del aula, seguirá usando la media de 7 horas que los estudios sociológicos indican. Con esa prohibición se perdió la oportunidad de convertir a los centros educativos no en espacios sin móviles, sino en espacios de diálogo y uso sano, para que esa reflexión rebote en las casas y barrios. No existe espacio social más idóneo para un uso adecuado de la tecnología.
Siguiendo esta tendencia social al prohibicionismo, ante un tsunami incapaces de solucionar mediante la educación en casas y escuelas, las instituciones activan DEFCON 2. Como el ciudadano no es capaz de educarse a sí mismo ni educar a los menores, el Estado se arroga la potestad de limitar el acceso. Te doy el dulce y después te lo quito. Creo una sociedad de necesidades y después te las niego, aunque esa maquinaria de deseos impostados siga funcionando en el entorno de los menores. Recordad el asunto de las apuestas online, prohibidas para menores pero de uso habitual en adolescentes.
Una ingeniería social que en estos tiempos parece funcionar bien. Los ciudadanos la aceptamos como súbditos incapaces de pensar por nosotros mismos y educar en la responsabilidad, dotando al Estado de un poder paternalista cada vez más omnipotente. Ser guiados, obedecer, con la esperanza de que el Estado nos salve de nosotros mismos. Pero la maquinaria engrasada de deseos permanece intacta. El menor lo sabe. Percibe la hipocresía. Si has permitido durante dos décadas el libre albedrío, ¿por qué ahora te conviertes en Dios implacable? ¿Qué mensaje le estamos dando a los jóvenes? Como no sabéis controlaros, un poder superior lo hará por vosotros.
Es lo que en psicología social se conoce como mecanismo de deslegitimación de la autonomía. Traslada la culpa al usuario y no a las instituciones, que en vez de actuar como parte del problema, se erigen en salvadores y controladores de los hábitos sociales. Si no eres capaz de gobernarte, pierdes el derecho a decidir. Otro lo hará por ti bajo la promesa de protección. Hobbes en vena.
Cada vez con más fuerza observo en las nuevas generaciones de adolescentes una tendencia a aceptar esta vía autócrata como solución a su impotencia de regularse a sí mismo. Sucede de igual forma con la medicación como solución a los problemas mentales. Lo que se observa en un plano sanitario y psicológico puede trasladarse al ámbito político. El pacto entre gobernados y gobernantes escora hacia el autoritarismo paternalista como solución radical a la anomia social. Los adolescentes empiezan a ver con buenos ojos ser sometidos a un poder externo ante un escenario imposible de gestionar. La ética democrática les resulta ingenua e incapaz, ademas de hipócrita. Y en esa decepción, los partidos de ultra derecha calientan su discurso.
No sé si los docentes y familias somos conscientes de esta tendencia. Quizá lo seamos cuando ya sea imposible de controlar. Quizá ya no lo sea, hayamos perdido la oportunidad de escuchar y dialogar con los jóvenes sobre esto, reconociendo nuestra parte de responsabilidad en el alimento de ese ecosistema de deseos digitalizados.
Hoy es el móvil, mañana la IA. No tengas ninguna duda. De hecho, este movimiento prohibicionista sucede precisamente bajo una crisis del modelo de red social tradicional. Los gurús auguran una corta vida a la forma de interacción mediante las redes sociales tal y como hoy las conocemos. El propio móvil tenderá a desaparecer a favor de otros dispositivos más etéreos, inmersivos e invasivos. La IA estará sin parecer que está. Hoy la usamos mediante aplicaciones que activamos. Mañana no la activaremos, le daremos acceso para que funcione sola, sin arbitrio nuestro. Los procesos generativos en los que el ser humano pide y la IA hace, en una colaboración mediada por herramientas y móviles, hoy se nos antojan invasivos y limitantes de la creatividad, pero mañana serán una bendición respecto a lo que parece que se avecina. No pedirás, la IA hará sin mediación tuya. La IA estará en toda domótica cotidiana y actividades profesionales. Queda tiempo, será secuenciado, una cocción lenta, pero será. Y el mecanismo de dependencia y posterior prohibición y control será el mismo que ahora observamos con las redes sociales. En ese proceso, la percepción del ciudadano respecto al poder político será sin duda menos democrático y más autocrático. Y lo aceptaremos como bueno por puro pragmatismo, una cesión de derechos a cambio de protección. Y encima serás tú quien se culpabilice de su impotencia en vez de pensar qué estructuras económicas y políticas lo favorecieron con pasividad para después salvarnos.
Otra cuestión a tener en cuenta y que dice mucho de nuestra naturaleza es si los mecanismos de coerción funcionan o no. Una vez que has permitido legalmente que una adicción campe a sus anchas para después prohibirla es previsible que traslade su escenario hacia espacios clandestinos con menor posibilidad de protección. No he visto a los jóvenes muy preocupados por los vientos de prohibición. Saben que existen múltiples formas de desbloquearlo. En la juventud la épica del pirata es poderosa.
¿Qué hará Europa para ayudar a mitigar las adicciones digitales ya existentes y las que vengan? La inversión sanitaria en España en psicólogos es ridícula. Si afecta más a quien menos tiene, ¿con qué pagarán su terapia? Prohibir es barato, invertir en prevención e intervención no lo es. Requiere de un compromiso político que hoy brilla por su ausencia. Sanidad y Educación se gibarizan mientras la tendencia a prohibir sin asumir riesgos ni compromisos posteriores es habitual. La carga de trabajo de los efectos perversos del prohibicionismo acaban recayendo en los agentes sociales que rodean a los menores a coste cero. No hay que ser muy observador para saber que el prohibicionismo tiene consecuencias que no son inocuas en el campo de batalla cotidiano que habitamos la ciudadanía, pero sí salen gratis a los legisladores. Esto seguirá siendo así con una ciudadanía plegada al autoritarismo paternalista, vendiendo su libertad a cambio de seguridad y el espejismo de un falso bienestar. Llevar estos debates a las escuelas, casas, bares y despachos institucionales es no solo necesario, sino urgente.
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Posdata: Este artículo ha sido escrito íntegramente por mí. Le he pasado mi texto a NotebookLM y ha creado algunos materiales que ilustran los contenidos. Esos materiales los ha generado la IA sin prompts auxiliares, solo con mi texto. Si te apetece entrar y usarlos, aquí tienes el enlace.
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