Esto es cine, no es la vida



Cuando a Hitchcock le reprochaban que sus efectos especiales eran poco creíbles, respondía con un lacónico “esto es cine, no es la vida”. La respuesta del cineasta no es aventurada, responde no solo a su forma de entender este arte, también esconde con ello una afilada comprensión psicológica del funcionamiento de nuestra percepción. 

Cuando asomó la fotografía como ingenio tecnológico, el común de los mortales se asustó al comprobar esa prodigiosa virtud que permitía a la cámara copiar la realidad con fidelidad y con más rapidez que aquella con la que un artista plástico terminaba su lienzo. ¿Te suena? Por su parte, los pioneros optaron por copiar temas y estilos del arte precedente. Naturaleza muerta, retratos burgueses en poses estáticas; paisajes romantizados. No tan diferente a la mimesis temática que ha provocado la irrupción de la IA generativa, emulando estéticas y contenidos ya recurrentes antes de su aparición. No se puede crear de la nada. La mirada viene precedida de la experiencia. 

La primera tentación es emular lo sabido, exorcizar deseos que ya estaban ahí, antes de que la IA hiciera su magia profana. La generación Z y alfa edita su rostro en las redes sociales conforme a los ideales de conformidad social, cincelando un modelo de belleza que si bien al inicio cumple su función de placebo, con el tiempo, la edad y la saturación de productos replicados genera el efecto contrario: irrealidad, esperpento. Esto mismo es lo que el maestro Hitchcock quería evitar, siendo honesto con el espectador, presentándole las imágenes como lo que son: ficción. Y es precisamente en esa honestidad donde reside la capacidad del arte de emocionarnos, de generar el efecto ambivalente de saber que estamos ante un artificio estético y sin embargo dejarnos afectar por él, no como si fuera real, sino significativo, extrañamente cercano. Al contrario, cuando intentamos engañar al espectador la magia se desvanece, se revela el truco no por chapucero sino por deshonesto. 

Quizá por esto no me escandaliza ni preocupa en exceso el impacto de la IA generativa de imágenes y vídeos, porque no se puede engañar a todos todo el tiempo. Nuestro cerebro acabará reconociendo esas imágenes como artificio y buscará aliviar esa saturación de irrealidad a través de la búsqueda de propuestas estéticas más honestas, en las que acepte el arte como ficción y no como mera copia ingeniosa. Es esperable (también deseable) que en no poco tiempo, nuestra mirada busque imágenes en las que reconozca la presencia de lo humano a través del error, la huella, la ruina, el deterioro, la aspereza del tiempo, el punctum al que apuntaba Barthes en su libro La cámara lúcida (1980). Aquello que incomoda, hiere, desentona, torna en humano, mientras que el renglón recto, la simetría forzada, se revela como impostados. El wabi-sabi, el ma y el yūgen japoneses sintonizan con esta sabiduría de la mirada. Hitchcock sabía lo que hacía cuando subrayaba la irrealidad en el plano, remarcaba la autoría, el espejismo sin complacencia, el diálogo entre artista y espectador. La teatralidad del arte supura una realidad que emana de emociones profundas, deseos reprimidos, anhelos irrealizables, dudas sin solución. 

A mínimo que observes con atención, apreciarás que las imágenes generadas con IA que pululan por las redes se revelan también como artificio, pero carecen de honestidad, son funcionales, todo en ellas es dermoestética, no contienen una mínima huella de desconsuelo, suciedad, ruído. 

Los docentes que usamos IA generativa solemos subrayar esta incómoda revelación a nuestros estudiantes:

  • La IA es una herramienta que genera artificios, ficciones, con el fin de comunicar, informar o emocionar. Lo honesto es aquello que aprendes en ese proceso y lo que aportas con ello a otras personas. El resto, humo. 
  • La IA ha sido ideada y configurada por empresas con intereses crematísticos. Su función es ganar dinero. Esa es la prioridad frente a otros objetivos. Cuando la uses debes tenerlo siempre en cuenta. No es aséptica, neutral, buena e infalible. 
  • La IA no es una enciclopedia. Cuando le pides datos objetivos puede errar e incluir sesgos. También sucede cuando hablas con una persona o lees un libro o un artículo. Por eso, debes estar alerta, fortalecer tus destrezas argumentativas y analíticas. Volvemos a lo ya dicho: sé honesto y exige honestidad. 
  • Usa la IA como una herramienta vehicular, un medio para conseguir algo que trascienda lo meramente funcional: aprender, dialogar, compartir, crear. Subrayo esto último: creatividad. Añade tu persona en aquello que haces con IA. Utilízala para ampliar tu comprensión del mundo y las personas que te rodean. Tú tienes las riendas. Y si sientes que no es así, no la uses. Aprende a utilizarla, pregunta, colabora con otros. 

Esto no es una pipa. Si lo olvidaste, yo te lo recuerdo. 


Comentarios

  1. Me encanta la reflexión. Nos da una esperanza ante el desconocido monstruo que nos sobrevuela y hace despertar al alumnado de la pesadilla tecnológica que podría estar sufriendo ya. 👏🏼👏🏼

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    1. Gracias por aportar y sumar tu reflexión. Un saludo y buen verano.

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