Garabatear en tiempos de la IA
Hace dos años, cuando irrumpió Chat GPT en la vida cotidiana del ciudadano medio, lo hizo posibilitando la generación de textos a partir de una consulta también en texto. Los docentes universitarios y después los de Secundaria se rasgaron las vestiduras ante lo que interpretaron como una peligrosa influencia en los hábitos de trabajo del alumnado, que llevaría a obviar aún más la necesidad de escribir. Esta sospecha no es nueva. Antes de la IA generativa, el tótem inculpatorio se atribuía a las redes sociales. Whatsapp acabaría con la corrección gramatical, jibarizando la escritura y con ello la propia capacidad de pensar. Parte de este temor responde a realidades subjetivas, pero perceptibles en las aulas desde una retrospección no tan lejana. El impacto en los hábitos es evidente. Hace unos meses, fui a impartir una ponencia en una facultad de educación a futuros maestros de escuela. Mi primera pregunta fue: ¿Cuántos de vosotros escribís, leéis y dibujáis fuera de lo que os prescribieron en la carrera? Apenas un 10 % levantó la mano. Lo inquietante de esta espontánea estadística es que está hecha a los que se supone enseñarán lectoescritura, fomentarán la psicomotricidad e iniciarán a niños pequeños en el arte de garabatear.
Ya hace décadas que pocos maestros reconocen dibujar. Las cuadernos de fichas (previo pago), con sus ejercicios pautados, sustituyen la creatividad del maestro, quien manda hacer a sus alumnos lo que él o ella hace décadas que dejaron de intentar: dibujar. De hecho, el dibujo se convierte en eso, un proceso formal carente de imaginación y autonomía, que pronto el estudiante repele. Y si no es así, en pocos años dibujar pasa a ser exclusividad del de Plástica. El resto de maestros se ocuparán de lo que, según el canon hegemónico, es la mejor forma de acceder al conocimiento: la palabra escrita. Dibujar se categorizará como una actividad secundaria, lúdica, carente de sustrato didáctico cuando el estudiante alcanza una edad en la que ya no es reconocido como niño/a y se le presupone cierta capacidad para desarrollar destrezas cognitivas más complejas.
Llevo más de 10 años desarrollando proyectos de pensamiento visual en mis clases y formando en esta estrategia a docentes de diferentes etapas educativas y áreas, y el perfil habitual es el de una persona que dejó hace décadas de garabatear, pero que otorga al dibujo un valor esencial, aunque la vergüenza y el miedo le puedan. El docente que horas antes creía no saber dibujar, se lanza y aplica didácticamente lo aprendido. Pero de esos valientes pocos persistirán y seguirán garabateando en su vida cotidiana y en el aula, con sus estudiantes. Les pedirán que hagan esquemas sin enseñarles a hacerlo. Se sorprenderán de las carencias de comprensión y análisis, pero dedicarán poco o ningún tiempo a desarrollar esa competencia. Muchos docentes llegan a mis cursos con la esperanza de encontrar herramientas digitales que les hagan las infografías a partir de plantillas preestablecidas, y no se esperan que lo que les voy a proponer es quitar el miedo a garabatear y descubrir el enorme y eficaz potencial que tiene el garabato para aprender a comprender y analizar contenidos.
Es difícil explicar -sin probarlo en propias carnes- cómo la creación autónoma y creativa de estructuras visuales que enlacen ideas en un papel puede ser un ejercicio que potencie no solo el pensamiento crítico, sino el desarrollo de destrezas complejas. No es lo mismo ver un esquema que hacerlo. Al hacerlo nuestro cerebro pone en funcionamiento múltiples capacidades cognitivas, y todo ello en un medio motivador y atractivo si se desea después comunicar lo aprendido o recordarlo para un examen. Quien lo probó lo sabe.
Si hace unos años, motivar al docente a recuperar estas capacidades dormidas era un reto titánico. Imagina la dimensión del objetivo a día de hoy, cuando con un pequeño texto es posible crear cualquier tipo de imagen, del estilo y características que desees, a través de una IA generativa. En mis cursos a docentes, es muy recurrente escucharles decir: ¡Para dibujar hay que valer! ¡Hay que ser un artista! ¡Yo no sé dibujar! No somos tan exigentes con el dibujo que con la escritura. Nadie por creer que nunca escribirá como Cervantes deja de escribir, pero sí por compararse no ya con Velazquez, sino con un artista mínimamente competente, sentimos que no merece la pena dibujar. Imagina el impacto sobre las expectativas si ya no te comparas con alguien que sepa dibujar, sino que tienes a tu alcance una herramienta sencilla que dibuja por ti. La apatía y sensación de inutilidad se redobla para el iniciado, y la indignación y zozobra para el artista profesional, quien ve en la IA un peligroso enemigo de su trabajo.
Sin embargo, describir este distópico escenario no debiera desalentarnos, sino activar aún más nuestro ingenio para buscar fórmulas que hagan posible combinar un mundo cada vez más digitalizado con el ejercicio de destrezas cognitivas y el desarrollo de la creatividad. Viejos objetivos en odres nuevos.
Pero para emprender esta tortuosa y lenta senda es necesario no esperar a que la sociedad cambie o que a los estudiantes tengan un amago de reconversión por ciencia infusa. Debemos ser nosotros, los docentes, quienes viremos el rumbo, experimentemos para después enseñar. No se puede enseñar lo que no se ha aprendido. Pero es difícil. No solo los menores, también los adultos somos hijos de nuestro tiempo, estamos influidos por sus inercias. Tampoco el docente aumenta en este ecosistema digital su voluntad de lectura, escritura y garabateo. Ya apenas escribimos siquiera en Whatsapp; mandamos audios. Apenas llamamos, hacemos vídeos en directo. No dibujamos, le decimos a Dall-E que lo haga por nosotros.
La escritura está siendo sustituida por el audiovisual. Un audiovisual que consumimos o creamos de forma rápida, sin mediación de procesos lentos y complejos de análisis o creatividad. El perfil del docente del siglo XXI cada vez es menos diferente en sus rutinas cotidianas a los estudiantes a los que da clase, pese a la distancia generacional. La tendencia es a encontrar en las aulas docentes que apenas leen textos complejos, no escriben en papel y no garabatean. Que consumen productos digitales en los que estas actividades están ausentes. La multimodalidad que se intuye que irrumpirá en breve en los dispositivos digitales permitirá generar cualquier contenido en el formato que deseemos (texto, imagen, audio y/o vídeo) a través de instrucciones de voz. No será necesario ni siquiera escribir. En algunos casos, ni hablar; activaremos en nuestros móviles, tablets o portátiles instrucciones automatizadas que generarán de forma autónoma determinadas acciones. Y las edades de acceso a estos productos será cada vez más tempranas. La forma de acceso al mundo, de comunicarnos, de aprender y trabajar está cambiando lentamente, pero de forma inexorable. Y los docentes no son inmunes a esto. Sin embargo, esperamos de los estudiantes ciertas destrezas que lo vinculan a un mundo en el que no se reconocen, dificultando el proceso de aprendizaje.
Exponer los hechos no supone claudicar. De alguna manera tendremos que hacer posible ese vínculo entre el conocimiento heredado y este ecosistema de aprendizaje natural que rodea a estudiantes y docentes. ¿Se pueden potenciar destrezas como la lectura, la escritura y el garabateo en tiempos de IA? Se puede, pero requiere un aprendizaje híbrido, que combine múltiples formas de lenguaje en el proceso de enseñanza. Aprendizaje que primero debiera imponerse a sí mismo el docente, para después aplicarlo al aula. La competencia lingüística del docente del siglo XXI no puede limitarse a un ejercicio de destrezas de lectura y escritura aislado del resto de lenguajes en los que el estudiante se mueve diariamente y que sin duda serán competencias requeridas en el mundo laboral. Pero tampoco puede obviar que las viejas destrezas analógicas son esenciales en el desarrollo del menor y pueden combinarse con imaginación e ingenio en procesos de aprendizaje donde esté presente lo digital.
Intuyo que Leonardo da Vinci estaría de acuerdo con este enfoque de humanismo tecnológico, y no le haría ascos a ninguna herramienta con la que dar rienda suelta a su creatividad. Los nuevos modelos tecnológicos nos impelen a adoptar una cierta mirada renacentista en nuestra forma de enseñar. Sin embargo, es una actitud difícil de asumir sin cierta voluntad y valentía. Estamos en un momento histórico de transición, en el que al adulto lo nuevo le asusta y al joven lo viejo le provoca urticaria. Ambos mundos parecen no quererse tocar, cuando en realidad ese es el objetivo de toda educación: hacer un trasvase generacional de conocimiento, provocando que los jóvenes aporten una nueva mirada sobre lo ya conocido. No se trata de pasar el agua de un vaso a otro, sino de que ese nuevo vaso mejore el líquido que lo contiene. Para ello debe darse necesariamente un diálogo intergeneracional que facilite el aprendizaje. Lo nuevo y lo viejo deben entenderse, no repelerse, pero para que eso sea posible debe existir una cesión mutua, una apertura a lo que nos es ajeno y distante.
Estos días pensé muy mucho si retomar un proyecto colaborativo libre y creativo que vengo lanzando en redes sociales desde hace unos 7 años para que docentes, familias y quien quiera se anime a compartir sus dibujos. Se llama Dibucedario y consiste en garabatear cada día de enero, inspirados o no en cada letra del abecedario. A tu aire, sin prisas, por el mero placer de garabatear. No es necesario saber dibujar. Cada cual garabatea lo que quiera y sepa, sin miedo ni complejos.
¿Por qué pensé si lanzarlo este enero? Porque tenía la sensación de que el impacto de la IA había destemplado las ganas de los docentes de garabatear. De hecho, en los últimos años se suelen implicar menos docentes en el reto, y en redes se ven menos experiencias educativas donde lo analógico dibujado combine con lo digital. Las redes se han invadido de imágenes generadas por IA. A veces incluso resulta difícil de detectar si fue hecha con IA o dibujada en una tablet o en papel. Los tiempos de las manos de 6 dedos quedaron atrás.
Sin embargo, quizá por esto mismo me parecía importante mantener el reto, como una especie de faro numantino, rescoldo de un fuego en extinción. Así que ya sabes, si te animas, estás a tiempo de coger rotuladores y papel y lanzarte a garabatear.
Ramón, coincido contigo. Si bien no soy profesor de carrera y tampoco hábil en el dibujo, suelo hacer del garabato un recurso en ocasiones que me permite plantear una idea en aula. Lo mismo los esquemas que para mi son fundamentales, en especial cuando se trata de modelar una teoría. Sin embargo, fíjate que parece que en carreras como Arquitectura, también se ha venido perdiendo esa habilidad entre las nuevas generaciones. Sin duda, hay que hacer algo. Saludos.
ResponderEliminarSin duda. Dibujar desarrolla destrezas cognitivas, que especialmente en etapas tempranas son esenciales, y que en posteriores fomentan la creatividad, la concentración y la capacidad de análisis y síntesis, habilidades que en un entorno digital son más difíciles de conseguir por la tentación a eliminar el error como parte del aprendizaje. Gracias por aportar. Feliz 2025.
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