Prohibir móviles en el aula en tiempos de la IA



Imagina que de dejan en medio de una selva hostil, sin medios ni conocimientos sobre el terreno, temeroso de que su siguiente paso te enfrente a múltiples peligros. Es muy probable que quedes paralizado o te adentres entre la maleza sigiloso, alerta. Salvando las evidentes distancias, esta sensación de miedo y recelo es la que a menudo inquieta a familias y docentes ante el impacto que tiene sobre nuestros hijos y alumnos el uso de móviles inteligentes. En los medios solo se publican noticias negativas, de acoso, de invasión de privacidad, ciberbullying, sexting, grooming..., múltiples anglicismos cuyo significado desconocemos, pero que no auguran nada bueno, y ponen en acción nuestros neurotransmisores. La primera reacción natural es de protección, aunque no exista indicio alguno de que nuestros alumnos o hijos están en peligro. La segunda es de impotencia. ¿Cómo ayudar a mi hijo o alumno a gestionar el uso del móvil? ¿Lo prohibo, lo limito, hago pactos razonables con él? Quien es madre o padre, sabe que la prohibición tiene las patas muy cortas y acaba teniendo un efecto adverso. El móvil es el medio de comunicación que vincula al adolescente con sus iguales, su laboratorio de socialización, su ventana al mundo adulto. Cercenarlo supone negarle esa necesidad vital, tan lesiva como ser permisivo o licencioso. ¿Qué hacer entonces? Los psicólogos aconsejan el difícil término medio, el pacto, hablar con ellos, conocer cómo lo usan, marcar límites que el adolescente entienda y asuma. Es fácil aprender la teoría, pero ¿cómo llevarla a la práctica? Ante tal impotencia, es razonable que las familias y los docentes, también las instituciones educativas, a veces recurran al cómodo atajo de la prohibición. Sin tentación no hay pecado. No hay móvil, se acabó el problema. Pero el problema no se acaba, porque el móvil es parte esencial del proceso natural de maduración de un adolescente, le pone ante sí retos que le hacen crecer, afrontar problemas, asumir responsabilidades, y también destapar su creatividad, aprender a hacer un uso inteligente de los medios que le rodean. Podemos ocultar el problema bajo la alfombra, pero no se disipa ni elimina. 

Recientemente, observamos cómo una ola de prohibicionismo acapara titulares y encendidos hilos en redes sociales, a los que las instituciones educativas se hacen eco y aprovechan para sacar tajada. El aumento de casos de uso nocivo del móvil entre adolescentes, auspiciado por noticieros oficiales, alerta a las familias, que ponen el foco en las escuelas, creyendo que con su prohibición exorcizarán su miedo. Sin embargo, la mayor parte de los casos de acoso o injerencia en la privacidad no tienen su origen en la escuela, sino que se gestan entre visillos. Los alumnos están conectados a sus móviles más tiempo fuera del periodo escolar que dentro. Aunque parezca increíble, la escuela es el mejor espacio social en el que el alumno puede aprender a hacer un buen uso del móvil. Los problemas de uso nocivo se maceran desde fuera del centro educativo. El primer espacio educativo desde el que el alumno aprende a usar su móvil es su casa. Allí se construyen las vigas que apuntalan su actitud y conductas. Existe una relación directa entre el uso en casa y en la escuela. Un alumno cuya familia no habla ni pacta con su hijo los límites y posibilidades de uso, es fácil que entre en la escuela con la sensación de bufé libre. Se nota cuando un alumno viene ya desde casa con hábitos adquiridos. Usa el móvil cuando es necesario. Nadie le debe llamar la atención. Sabe cuándo usarlo y cuándo no. Por eso es tan importante que este asunto se aborde desde un diálogo y apoyo mutuo entre familias y docentes, que ambos conozcan, valoren, se comuniquen, lleguen a acuerdos. Lo contrario, nos lleva al callejón sin salida del prohibicionismo. Prohibir es en cierto modo claudicar ante la posibilidad de una solución sana y compartida. Cuando el diálogo y el sentido común fallan, recurrimos a judicializar la enseñanza, cercenar la posibilidad de cualquier amago de educación. Les lanzamos a los adolescentes un mensaje que impide que aprendan a gestionar sus propios miedos y contradicciones, que aprendan de sus errores y sepan cómo corregirlos. En el fondo, revela la incapacidad de los propios adultos de aprender esa lección. 

Antes de que apareciera esta ola prohibicionista, ¿qué marco normativo regulaba el uso de los móviles en las escuelas? ¿Era una invitación al bufé libre? No. Cada comunidad autónoma y, por extensión, cada centro educativo decidía cómo gestionar este asunto, atendiendo a su contexto y casuísticas y a las decisiones adoptadas por su comunidad educativa (familias y docentes). La administración dejaba a los centros la patata caliente, haciéndole responsable de una mala gestión. Si hay acoso es que el centro no ha adoptado las medidas adecuadas, y los medios se hacían eco de este problema, alentando en las familias una sensación de vulnerabilidad, como si llevar a su hijo al instituto fuera una empresa de alto riesgo. Por su parte, los centros educativos adoptaron en su mayoría una regulación salomónica. Los alumnos no podrán usar sus móviles en el centro educativo, ni siquiera traerlos, a no ser que el docente lo pidiera para realizar alguna tarea que requiriera su uso didáctico. En cualquier caso, las familias siempre han tenido y tienen la potestad de impedir que sus hijos lleven un móvil al centro educativo.  

Sin embargo, como bien sabemos, ni las familias ni los docentes pueden poner coto al campo. El alumno trae el móvil sin que sus familias controlen esa situación, y los docentes, más allá de conductas flagrantes, no pueden saber si un alumno trae el móvil al centro. La diferencia entre la normativa actual y el prohibicionismo se está barajando no es significativa ni práctica, aunque subraya la imposibilidad de una solución que facilite la autonomía y responsabilidad del alumno. Además, poniendo el foco en la prohibición dentro de los centros educativos, convierte al docente en policía y juez, reforzando ante la opinión pública que si algo sucediera sería culpa o negligencia del docente. En esto no hemos cambiado mucho, la corresponsabilidad entre familias y docentes se diluye. Algunas asociaciones de familias ponen el foco en los centros educativos y evitan un debate serio acerca de los factores externos al ámbito educativo que influyen en los hábitos nocivos de sus hijos.  

Avancemos en la reflexión. ¿Puede desarrollarse la competencia digital del alumno sin móviles? Existen centros que disponen de medios que facilitan que cada alumno disponga en el aula de un dispositivo portátil que funciona, está actualizado y no se cuelga cada dos minutos; centros con una wifi potente que permite a cada alumno trabajar con audiovisuales, crear proyectos multiformato, manejar numerosos datos y exponerlos en clase sin cuelgues indeseables. Sin embargo, ese centro es ciencia ficción. No he conocido a ningún docente de la escuela pública que afirme disponer de esa situación óptima de dotación y calidad. Recurrir al móvil del alumno como herramienta educativa es más que recurrente. A esto se suma un fenómeno importante: hace 10 años aún podías encontrar a un alumno de Secundaria que tuviera en casa un ordenador de sobremesa o portátil; hoy es inusual, por no decir imposible. Y si sucede, la brecha socioeconómica es relevante. Hoy todos los alumnos, exceptuando aquellos que tienen tabletas y los pocos que tengan un ordenador, leen y editan contenidos y realizan rutinas de trabajo educativo a través de sus dispositivos móviles, un formato que a menudo impide realizar multitarea u otras tareas complejas. A menudo, trabajar con móviles en clase es más práctico que hacerlo desde portátiles con wifi inestable, que no funcionan o se cuelgan. Esto nos lleva a la reflexión inicial: la escuela puede y debe ser un espacio donde el alumno aprenda a usar su móvil de forma responsable y creativa. Y lo hace. Preguntad a cualquier docente de España y será fácil encontrar experiencias educativas de uso sano y responsable del móvil en el aula. 

Lo que es urgente es establecer pautas con amplio consenso interdisciplinar acerca del uso sano del móvil fuera y dentro de los centros. Pautas que tengan en cuenta los aspectos madurativos del alumno por edades, los objetivos que pretende cada etapa educativa, la idoneidad pedagógica de las herramientas metodológicas y los contextos de cada centro. A partir de este consenso, deben ser las comunidades educativas quienes dialoguen y establezcan un plan integral consensuado. El problema está en que si no hay voluntad de consenso ni diálogo, si no nos formamos, es cómodo recurrir al placebo de la prohibición. Que otros desde arriba liquiden la cuestión, evitando nuestra responsabilidad como madre, padre o docente.

Este 2024 o en 2025, será más que probable que los móviles sean los dispositivos donde llegue primero un uso generalizado de la IA a través de múltiples aplicaciones, desde las que será posible automatizar rutinas, mejorar tareas y crear proyectos creativos. Cualquier alumno tendrá acceso a múltiples herramientas que utilizará en su vida personal y en la escuela, si le dejan. El medio natural de aprendizaje del alumno es el móvil, no solo en la escuela, también fuera de ella, para comunicarse, ligar, indagar, buscar, crear... En el paquete de aprendizaje vienen todas las distopías posibles, a las que deberá enfrentarse como parte de su paso a la vida adulta. Y allí debe estar para ayudarle, junto a su familia, el docente. En una sociedad que regala un móvil a sus hijos a edades tempranas, que deja que un niño de un añito vea horas de audiovisuales desde el móvil o tableta de su padre o madre, ¿tiene sentido recurrir al prohibicionismo? Nos enfrentamos sin duda a un problema que requiere un enfoque educativo, no punitivo. Estamos obligados por responsabilidad ética a enseñar a nuestros hijos y alumnos a saber vivir entre tecnología, a saberse proteger y saber usarla con inteligencia y creatividad. Si la única solución se limita a prohibir sin acompañar, guiar, sentirse apoyados y comprendidos, estaremos abriendo el coto de caza en vez de enseñar a ser autónomos y responsables. 

El sistema educativo no puede permitirse el prohibicionismo si no dota de medios dignos que permita que todos y cada uno de los alumnos dispongan de dispositivos y wifi que funcione. Y no solo eso, el sistema educativo no puede conseguir una alfabetización digital eficaz sin contar con los móviles de los alumnos como instrumento educativo inmersivo y cotidiano que saber usar con cabeza e imaginación. Aún hay familias que tienen ordenadores en casa, pero es previsible que en una década solo haya móviles y tabletas en el hogar, y que muchas rutinas de ocio y trabajo se realicen a través de asistentes de IA. ¿Cómo formaremos a nuestros alumnos antes de que sea una realidad tangible? 

Los cambios vertiginosos en materia tecnológica generan un miedo y una cautela que son comprensibles, pero que solo pueden superarse con conocimiento y serenidad. Que el adulto, docente, padre o madre, aprenda a usar los móviles, se forme y escuche a su hijo o alumno, tenga una mirada crítica pero también creativa ante un medio que configura la vida y futuro de los menores que mañana serán adultos, es condición necesaria para que tenga herramientas que le protejan contra las distopías sociales y le animen a crear y aportar un valor añadido en un mundo en profunda transformación. 

La alfabetización digital del profesorado debiera ser una condición sine qua non para una educación digital eficaz del alumno. La percepción del profesorado del desarrollo tecnológico en relación con la escuela es aún exiguo y negativo. Hay resistencia a la formación, recelo, escasa formación que cale en las rutinas de aula. Hoy no puede entenderse una alfabetización si no incluye la tecnología. Los alumnos leen, hablan y escriben esencialmente a través de medios digitales, a menudo multimodales. Hacer de este fenómeno una oportunidad de aprendizaje significativo, crítico y creativo, debiera ser un reto urgente del sistema educativo. 

Esta alfabetización digital del profesorado pasará en poco tiempo -ya está sucediendo- por comprender en qué medida la IA transformará aún más a como lo hace hoy en día la forma de comunicarnos, aprender y trabajar. La ola prohibicionista es por extensión también regresiva en relación a los avances tecnológicos. Entronca con grupos de presión conservadores, que defienden una vuelta a una escuela sin tecnología. Esto tiene quizá sentido para una élite con medios económicos y una red social que sostenga el futuro del alumno, pero no en una clase media precariada o en grupos vulnerables. 

Esto nos lleva a mi última reflexión. ¿Cómo afecta el prohibicionismo a la inclusión educativa? Un niño con apoyo familiar y medios tiene más herramientas de protección contra las distopías tecnológicas. Si no hay móvil en el aula, cuando llegue a casa posee una red social que le permite aprender a través de diferentes dispositivos. Sin embargo, en entornos vulnerables el control parental desaparece o es débil y el alumno no tiene una red social que le ayude o proteja. Al contrario, el uso tóxico es generalizado: consumo indiscriminado desde que llega a casa hasta altas horas de la noche, ausencia o escasez de apoyo familiar y de medios tecnológicos más allá del móvil, susceptibilidad a consumir webs inseguras y ser engañados, falta de herramientas emocionales con las que protegerse... La escuela es el único lugar donde le enseñan que debe haber límites y que puede utilizar su móvil de forma responsable y creativa. La escuela es el único lugar donde usará la tecnología para fines educativos. Lo comprobamos durante la pandemia: los alumnos vulnerables desaparecieron del sistema educativo. ¿Qué supondría el prohibicionismo? Abandonar cualquier posibilidad de una alfabetización digital digna, que reduzca la brecha socioeconómica y ofrezca herramientas en un mundo que los expulsa del mercado de trabajo. 

El prohibicionismo es clasista. Se alimenta del miedo de las familias y de la falta de formación del profesorado. No ofrece alternativas a lo punitivo. Permite, aún más de lo que ya sucede, que las instituciones educativas se laven las manos y deleguen en los docentes la responsabilidad. No incluye a las familias en la responsabilidad de un uso nocivo de los móviles por miedo a perder rédito político. Se utiliza el prohibicionismo como arma política para atacar al oponente y generar la división y el enfrentamiento en la comunidad educativa, impidiendo el diálogo y la resolución compartida de los problemas. Y lo más relevante, no ayuda en nada a resolver las preocupaciones que inquietan a familias y docentes. Un ciudadano crítico y sensato debiera tener en cuenta todos los factores que sobrevuelan esta cuestión y no dejarse influenciar por grupos de presión que dogmatizan y ofrecen soluciones tajantes y cortoplacistas. Nunca podremos ayudar a nuestros alumnos e hijos si no nos unimos en esta tarea. 


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