Evaluando el impacto de la IA en educación



Esta infografía revela las herramientas IA más utilizadas a nivel mundial, pero aún no hay estudios académicos acerca del impacto sobre nuestros alumnos, hábitos de uso, aplicaciones más recurrentes, con qué frecuencia y para qué las utilizan. Si les preguntáis en clase, a veces ocultan información para que el docente no sepa sus trucos. Os aconsejo que les preguntéis, que observéis qué hacen y cómo utilizan las aplicaciones en el aula, evaluando su utilidad, los sesgos que genera, las inercias de uso, si les facilita o no un aprendizaje significativo... Testar es fundamental para saber si favorecen el aprendizaje y también para observar si contrastan la información obtenida, si la analizan o meramente la pegan, sin comprender. Es fundamental intentar diseñar experiencias de aprendizaje diversas, desde las que tienen como objetivo búsqueda de contenido y su análisis hasta retos creativos y colaborativos que faciliten el proceso de trabajo.

Es muy pronto para hacer un balance que nos ayude a entender cómo puede ser de utilidad la IA en educación, pero podemos ir creando una especie de laboratorio preliminar a través del cual docentes y alumnos vayan aprendiendo al unísono a usar la IA de manera efectiva y creativa.

Para ello, es necesario:
  • Que el docente vaya probando las IA más accesibles al alumno y piense en tareas que puedan insertarse en el proceso de enseñanza. Cómo hacerlo dependerá de la mochila metodológica y voluntad de cada docente.
  • Que el docente se forme en IA educativa, ya sea a través de comunidades naturales de aprendizaje entre docentes, presenciales o en redes digitales, o en los centros oficiales de formación de cada zona o comunidad autónoma.
  • Que el docente comparta lo que hace, que nos cuente al resto qué hizo, cómo lo hizo, qué funcionó y qué no. Aún hay poco testimonio útil, y sin embargo mucho ruído mediático y excesiva información estéril. Eso genera desafección y a menudo recelo hacia la IA educativa.
  • No ocultar al alumno la utilidad, límites y posibilidades de la IA. Al contrario, sería muy útil dedicar al inicio de cada curso y cuando la usemos en determinadas tareas impartir a los alumnos en su aula un mini tutorial de aplicación de determinadas herramientas IA. Conocerla disipa el miedo de los docentes y permite a los alumnos un uso responsable, autónomo y competente de la IA.
Si bien a día de hoy no podemos evaluar su impacto en las aulas de Secundaria, compartir experiencias sobre el terreno permite hacernos una idea de su relevancia y uso en nuestro contexto.

Cuando salió ChatGPT, observamos que tuvo un impacto directo sobre determinados hábitos en los alumnos universitarios, centrado sobre todo en la capacidad de esta IA generativa de texto de facilitar contenido, resumirlo y estructurarlo. Esto generó preocupación entre la comunidad de docentes universitarios. ¿Por qué impactó más sobre la Universidad y no en los institutos de Secundaria o FP? Porque ChatGPT se adaptaba con facilidad a necesidades de automatización de rutinas de trabajo habituales en las tareas universitarias y porque estos alumnos poseen mayor autonomía que alumnos de menor edad. En Secundaria, llegó más tarde y de forma residual porque el alumno, aunque parezca paradójico, posee menores conocimientos prácticos de uso de la IA y menor autonomía de trabajo, y porque las tareas que le manda el docente no siempre facilitan esa automatización (a menudo pasiva y mecánica) de rutinas. En ambos casos, llegó antes a oídos del alumnado que del profesorado.

La primera reacción del docente de Secundaria fue de escepticismo -no vieron venir su impacto ni le otorgaron importancia- y después de recelo: ¿ya no tendrá sentido mandar tareas para casa?, ¿habrá que hacer todo en el aula?, ¿solo podremos asegurarnos de que lo hacen ellos mismos si les hacemos el típico examen escrito en el aula? Las preguntas iniciales responden a la preeminencia de un modelo de enseñanza basado en la asimilación de contenidos compilados en libro de texto o apuntes. El docente explica en clase, el alumno hace tareas rutinarias para practicar y por último hace un examen.

Bajo este modelo, la IA se revela como un aliado poderoso del alumno para hacer en unos minutos lo que antes realizaba en una hora. Si las tareas solo incluyen rutinas de trabajo que exijan al alumno transcribir contenidos de texto, la IA lo hará por él. A muchos docentes les está constando asimilar esta situación, en parte por desconocimiento de lo que puede hacer o no una IA y porque si el peso de la evaluación se condensa en la nota que obtenga el alumno en exámenes escritos realizados en el aula, ¿por qué preocuparse porque usen la IA? ¡Que la usen! De nada les servirá si no memorizan contenidos y los expulsan en un examen. Deben estudiar. Y si las tareas se las hace una IA, tendrán que hacerlas en clase, y las que hagan en casa no ponderarán en la media de la evaluación, porque no existe seguridad de que las hayan hecho ellos. Esta es la lógica que vertebra del impacto que las IA empieza a tener en las aulas de Secundaria, más allá de debate de múltiple pelaje, a menudo estériles y que solo ayudan a exorcizar miedos y carencias formativas.

Pero no todos los docentes se mueven en ese lado del espectro. Muchos perciben esta irrupción como una oportunidad más que un riesgo, y que con su impacto en los hábitos del alumnado obliga a responder y actuar, evaluando las posibilidades y límites que posee esta tecnología, que no solo transforma la educación, sino que antes lo está haciendo en la vida cotidiana -en breve la IA estará integrada en las aplicaciones habituales de los móviles de nuestros alumnos- y en los modelos de producción y por tanto en las competencias profesionales. Enseñar ajeno a este cambio, como si no tuviera que ver nada con nosotros, familias y docentes, debilita la calidad de la enseñanza y dificulta que nuestros hijos vivan, aprendan y trabajen en un mundo en transformación que no va a esperarnos.

A menudo esta aceleración de los cambios tecnológicos sobre la vida cotidiana y profesional, genera en los docentes una sensación de mareo y miedo, que los paraliza. No se trata de cautela, sino de temor basado en el desconocimiento, de no saber qué va a pasar y si seremos capaces de ponernos al día ante tanto cambio y tan rápido. La actitud recurrente es de parálisis y regresión, de proteger las rutinas con las que aprendimos a ser docentes, de no atreverse a probar, testar, buscar nuevas sendas de enseñanza. De rechazar sin conocer, de enrocarse en doctrinas pedagógicas sin un testeo sereno y práctico sobre la realidad en el aula. Las posturas extremas que abundan en las redes a menudo se fundan en el desconocimiento y el miedo, no en una crítica constructiva basada en la experiencia en nuestra aula.

Mientras tanto, los alumnos, confiados y sin recelos, se lanzarán a usar cualquier herramienta de IA que les permita comunicarse con sus iguales, aprender lo que les gusta y reducir la carga de trabajo de cada asignatura. No nos consultarán si no aprendemos de ellos y con ellos este cambio que influirá más en sus vidas que en las nuestras.

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