¿Cómo será la IA educativa en 2024?


Imagen creada con IA


Cuando irrumpe una tecnología nueva, las reacciones populares son similares a las de un niño con un regalo. Lo rechaza por inútil y juega con el envoltorio, o le fascina y se tira horas disfrutando de él. La IA generativa de andar por casa llegó hace poco más de un año a tiro de piedra de cualquier ciudadano y exceptuando el revuelo mediático que auguraba el fin del mundo, al estilo Terminator, o cien plagas distópicas que trastocarían nuestra vida cotidiana y laboral, pocos interpretaron esa irrupción inesperada como algo más que otro invento con el que algunos buscaban hacer caja y tener entretenida a la gente. 

Unos meses después, llegaron voces discordes desde la Universidad que alertaban de que un temible enemigo se había colado en las rutinas educativas del alumnado, permitiéndole copiar y pegar sus TFG y cualquier tarea escrita que se terciara. ¡Hay que prohibir los portátiles en las aulas universitarias!, clamaban unos. ¡La tecnología acabará con el conocimiento!, se rasgaban las vestiduras otros. Con algún que otro remiendo, algunas aplicaciones anti plagio y mucha resignación, los ánimos se fueron calmando y en los foros universitarios empezó a hablarse de adaptación e innovación, de aprendizaje disruptivo y ventajas de un modelo educativo donde la IA sea oportunidad y no riesgo. Cuando no puedes con tu enemigo, únete a él, o al menos conócelo y establece pautas de prevención y uso. 

Y en esas estamos hoy. No solo porque la IA se haya colado en la Universidad, sino porque lo hace cada vez con más pregnancia en la vida cotidiana de alumnos y docentes y en los modelos de producción y gestión en las empresas. Lo hace poco y lento, de forma desigual y aún rudimentaria, pero lo hace. Y no hay indicios que indiquen que la tendencia sea regresiva. Las fases del duelo pueden aplicarse a la percepción de cualquier proceso de cambio tecnológico: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. El ámbito educativo no está inmunizado contra esto. Lo que lo diferencia de otros sistemas es que su velocidad de adaptabilidad al cambio es muy lenta. Primero, porque su estructura es por naturaleza conservadora, requiere que su complejo engranaje funcione como un reloj. Cualquier cambio relevante altera la maquinaria. Segundo, el sistema educativo se ha integrado hasta ahora en un modelo tecnológico y socioeconómico más o menos estable, heredero del industrialismo y el liberalismo capitalista. Y no le iba mal. Permitía tanto en el ámbito cultural como laboral una cierta coherencia y efectividad. Toda esa adaptabilidad se está desmoronando. 

Lo hace con lentitud -menos mal-, pero lo hace. Ya la irrupción de internet y Google supuso un cambio significativo en la forma de acceder a los contenidos y el desplazamiento de la lectura y la escritura hacia la hegemonía de las pantallas y la creación de mensajes multimodales. La IA es un paso más determinante aún. En el trabajo, cambiarán las formas de producir y gestionar. En la comunicación, sin duda transformará el modelo actual de red social y modelos de ocio. Y en la educación, ¿cómo afectará? Las respuestas varían según los ánimos y las expectativas de cada observador. Entre el más tajante desprecio y la fascinación acrítica, basculan múltiples actitudes y conductas en la comunidad educativa. Una comunidad que aún bucea en un ecosistema híbrido, con un porcentaje significativo de docentes que conocieron una época sin ordenadores y que perciben estos cambios como amenaza al conocimiento y a sus rutinas asentadas. La digitalización del profesorado español es en la práctica deficiente. Las políticas educativas no son capaz de buscar una fórmula que integre la mochila de aprendizajes adquirida con modelos de enseñanza donde la tecnología encuentre un traje a medida. La resistencia a probarse ese traje está muy extendida. Y no solo resistencia, también rechazo. La irrupción de la IA en educación ha multiplicado esa sensación de indefensión y perplejidad, que en vez de atacarse con conocimiento y mesura, se aborda desde el prohibicionismo. Esta tendencia paradójica entre la necesidad de adaptación y el rechazo a la tecnología protagonizará sin duda 2024. Las narrativas negacionistas y catastrofistas se mezclarán con la inevitable urgencia de un conocimiento técnico y crítico y una aplicación de los avances tecnológicos en las rutinas educativas y laborales. 

La paradoja es en cierto modo generacional, propia de cualquier periodo transicional, hasta que las nuevas generaciones vean más oportunidades que riesgos, o asuman estos riesgos por mera utilidad o desconocimiento. En las próximas décadas, se jubilará un amplio porcentaje de docentes de la generación X (1965-1980). La generación Y (1981-1994) y Z (1996-2012) de docentes asumirán el reto de enseñar a la generación Alfa (2010s-2020s), Beta, Gamma..., sin duda ya inmersos en un ecosistema tecnológico incuestionable, donde navegarán más o menos integrados. Pero no es necesario situarse en el futuro para observar ya actitudes divergentes entre generaciones. Un alumno de 18 años, un joven trabajador de 30 y un docente de 50 difieren en su capacidad de adaptación y percepción de los avances tecnológicos. El adolescente se comportará como pez en el agua, aprovechando las mareas y respirando sin ahogos. El joven de 30 empezará a observar divergencias entre su mochila de aprendizajes y los requerimientos del presente, aunque se adaptará a ellos con cierta docilidad. El docente de 50 no será tan dócil. El tiempo que le resta de oficio basculará entre la perplejidad, el rechazo, la indolencia y una adaptación de mínimos, que sobrellevará con una pizca de cinismo e inofensiva indignación. Muchas emociones y actitudes convivirán en 2024 y todas transitarán juntas estos tiempos complejos e impredecibles. El consenso es improbable, pero sí cabe cierto margen a la esperanza en acciones de proximidad, a pie de centro o aula, que podamos emprender juntos y no revueltos. La diferencia entre comunidades unidas y las que no lo están marcará la posibilidad de mejora en los centros educativos. La posibilidad de mejora no se espera tanto en los cambios políticos o institucionales cuanto en las decisiones tejidas cara a cara, entre desiguales. 

¿Cómo será la IA educativa en 2024? A saber. La primera certeza es su ausencia. Las aplicaciones cotidianas de IA aún están en fase beta, dependientes de avances tecnológicos vertiginosos, sin tiempo a digerir, y sin un impacto generalizado y sereno en las prácticas educativas. Su percepción disonante obedece en parte al carácter eventual y desigual, a veces más pirotécnico que real, del desarrollo de estos avances. Por lo tanto, es previsible un desinfle de expectativas en 2024. Las IA generativas serán conocidas por más docentes y alumnos. Se usarán en algunas aplicaciones más relevantes, especialmente cuando atraquen gratuitamente en los móviles del alumnado y en los workspaces hegemónicos (Google y Microsoft). Y aún así su uso será residual y desigual. Los modelos de creación multimodal irán afinando su eficacia y serán utilizados cada vez más por nuestros alumnos, en aplicaciones específicas, como Canva, y en sus redes sociales más habituales: Whatsapp, Instagram y TikTok. OpenAI, Microsoft y Google abrirán la veda a múltiples herramientas de generación inteligente de contenidos multimodales: de texto a texto, de texto a imagen, de imagen a imagen, de texto a audio, de imagen a vídeo (aún muy rudimentario)... Los alumnos nadarán en formatos lingüísticos donde el texto se regenerará a sí mismo a través de instrucciones pragmáticas, de uso cotidiano y educativo, y convivirá con otros formatos lingüísticos en constante transformación en redes sociales y tareas de aula. 

El impacto sobre las rutinas de trabajo del docente será humilde y desigual. No esperemos que de la noche a la mañana todos los docentes utilicen o se formen en IA. Su implementación en el aula será lenta y reducida, aunque la IA educativa entrará sin duda en los planes formativos oficiales de las consejerías. Un gran porcentaje de docentes la rechazarán, interpretándola como una herramienta disruptiva más -en el sentido negativo de disrupción- y una amenaza contra la lectura comprensiva y el pensamiento analítico y crítico del alumnado. La tendencia a metodologías regresivas de protección contra su impacto son previsibles: reducción o eliminación de tareas para casa, vuelta al examen escrito estandarizado, prohibición de dispositivos personales en el aula (móvil, portátil, tablet). En contrapartida, los alumnos reforzarán el uso de la IA para agilizar tareas mecánicas, de copia y pega (documentos, presentaciones...), pero de forma selectiva y nunca generalizada. Sí tendrá un impacto mayor en su uso en redes sociales, para la generación de contenido audiovisual. La irrupción en enseñanzas especializadas, como ciclos formativos, será también lenta y desigual. La fabricación de maquinaria que integre IA se dará con cuenta gotas. Habrá que espera unos años, quizá una década, para que tengamos la sensación de un cambio significativo en el uso de estas herramientas.  

Tanto los catastrofistas como los entusiastas obvian a menudo que los cambios tecnológicos necesitan mucho más tiempo del esperado para integrarse de forma cotidiana en las formas de conocimiento, comunicación y trabajo. Su desarrollo dibuja una curva cóncava que ralentiza su impacto y mitiga las expectativas, para pasados años o décadas entrar en una colina de serena adaptación. La escuela, más tendente aún a la prudencia y el recelo tecnológico, sin duda transitará esta montaña rusa hacia una lenta y nada dócil integración.

Cómo moldeará la IA la forma de aprender de nuestros alumnos es objeto de preocupación y múltiples exégesis, al son de las expectativas de cada intérprete. En esto como en todo, es más creíble un análisis ponderado y prudente que otro que rechace o aplauda categóricamente, aunque a menudo son las narrativas dramáticas las que ganan adeptos. La preocupación por déficits en habilidades básicas como comprensión lectora o análisis de texto ya eran recurrentes antes de la irrupción de la IA. Ésta solo viene a ofrecer leña a una fogata suficientemente avivada. Sin embargo, en esa preocupación coinciden tanto apocalípticos como integrados. No varía el diagnóstico, sino la terapia. Menos tecnología, igual a mejores resultados. Tecnología mejor utilizada, igual a mejores resultados. En este deshoje dispar de margaritas nos movemos. 2024 seguirá avivando la llama del desacuerdo y la escasez de actitudes conciliadoras y constructivas. Nada nuevo bajo el sol.  

Mientras tanto, una lenta pero inexorable maquinaria de hacer dinero aprovechará sus numerosos tentáculos para hacer caja con la escuela. Aunque son conscientes de que al libro de texto en papel aún le quedan largos estertores de vida, las editoriales saben que la IA ha venido para quedarse y que el concepto de plataforma digital de aprendizaje debe cambiar, integrando IA generativa en su workspace de pago. Saben igualmente que solo un porcentaje mínimo de docentes crea sus propios contenidos. No solo no significan una amenaza a sus intereses, sino que cualquier contenido que publiquen en internet puede ser utilizado para alimentar sus asistentes IA. Los asistentes personalizados, creados por editoriales, se irán imponiendo en los próximos años y ahorrarán mucho dinero y esfuerzos. Sus escollos son: Uno. deben ser alimentados con contenido seguro, verificado ética y académicamente, cumpliendo normativas europeas limitantes. Dos. No existe aún en la comunidad educativa una cultura de trabajo que se limite a un uso de contenidos digitales. Tres. Los avances en IA, aunque prometedores, están aún en fase beta, a la espera de que la eficacia de modelos generativos multimodales sea significativa. Sin embargo, pese a estas contingencias, el futuro editorial pasa sin duda por los asistentes de IA. El rey ha muerto, viva el rey.

Si en las editoriales la adaptación será lenta, imaginad la velocidad que tomará en la gestión educativa. ¿Se darán cuenta de la fértil oportunidad que traen los asistentes de IA para simplificar la burocracia y mejorar la calidad de la evaluación educativa? Recuerdo con amargo escepticismo las promesas de las políticas educativas, augurando una reducción de la carga burocrática cuando irrumpió la gestión online en la vida de los centros. ¿Cómo confiar en que serán capaces de hacer ahora lo que no pudieron antes? No esperemos que 2024 traiga ni siquiera una reflexión al respecto en los despachos. La política educativa es cuatrienal. Pensar más allá es para ellos ciencia ficción. Sin embargo, la mejora de la enseñanza requiere una reflexión y acción a largo plazo, consensuada y evaluable. La rapidez de los cambios genera políticas educativas cortoplacistas y cobardes, ligadas a veces a actores ajenos a los intereses educativos y rutas planificadas en Bruselas, a merced de subvenciones, que nada saben de las necesidades reales a pie de aula. Pocos o ningún cambio veremos en 2024 que aproveche piense cómo aprovechar la IA para mejorar la gestión educativa. Más bien asistiremos a una burocracia enquistada. 

Cuando analizas tus expectativas respecto a lo que otros harán o cómo imaginas el futuro más inmediato, puedes con facilidad olvidarte de la perspectiva más relevante: ¿Cómo te imaginas a ti mismo en 2024 respecto al uso de la IA educativa? En mi caso, cuando Chat GPT irrumpió hace más de un año, mi actitud inicial fue de curiosidad. Indagué, probé, evalué y empecé a trastear posibilidades de aplicación en mi contexto educativo. Tuve claro que era más eficaz utilizarla con alumnos de Bachillerato, que por edad son más competentes, autónomos y responsables. La primera función que le vi fue como herramienta para mejorar el entrenamiento en rutinas de comprensión y análisis de contenidos de mi área. Precisamente, aquello que suele reprochársele a la IA era para mí su mayor virtud. Pero había que aprender a usarla. El docente debe conocerla, probarla él mismo, evaluar sus limitaciones y posibilidades y después testar en rutinas sencillas de aula. Eso hice. El pasado curso y el actual utilicé Chat GPT y Bard como apoyo metodológico y a veces como tarea directa, de entrenamiento y análisis crítico. Recientemente, he probado Chat GPT de pago para indagar en sus posibilidades futuras a través de la creación de asistentes personalizados, un campo de futuro interesante, que puede ayudar a la gestión personal del docente (programación, diseño, evaluación) y a los alumnos (asistentes de área, ayuda al estudio, creación de proyectos). Cuando OpenAI abra la rienda de GPTs y permita compartir libremente asistentes creados por docentes, va a ser un fértil laboratorio de aprendizaje compartido y un paso hacia una gestión autónoma y personalizada del proceso de enseñanza y aprendizaje.

En 2024, seguiré indagando y probando. Si se abren los asistentes a todo el mundo, los compartiré y mejoraré. En el aula, como ya me sucedía con otras herramientas, siempre he usado la IA como instrumento auxiliar, útil para apoyo en determinadas tareas, nunca como una herramienta hegemónica. Estoy pensando si no este curso, el siguiente, dedicar unas horas en clase de Bachillerato al uso eficaz y responsable de la IA. Y, como coordinador TIC, un mini taller a mis compañeros de centro. Rechazar o usar desde el conocimiento, no desde el miedo. 

Debido a la naturaleza de mi área, Filosofía, me interesa más:

  • El uso de la IA generativa de texto como herramienta de comprensión y análisis crítico y creativo de contenidos.
  • Reflexión crítica sobre conceptos filosóficos como verdad, realidad, identidad, creación, autoría, belleza... 
  • Reflexión acerca de la manipulación de la realidad a través de la IA y su efecto en el uso de redes sociales.

En las Humanidades, la irrupción de la IA abre un campo fértil para el conocimiento, la reflexión y la acción en torno a múltiples asuntos de interés para el alumno y cualquier ciudadano. Más que una amenaza es una oportunidad para acercar, desde una perspectiva crítica y creativa, temas que interesan a alumnos y docentes, familias e hijos. Las visiones catastrofistas paralizan la creatividad e imposibilitan nuevos andamiajes. Solo el conocimiento y la responsabilidad compartida actúan como catalizadores de futuro. Feliz año. 


Comentarios

  1. Como docente estoy interesado en ver cuánto nos pueden dar las IA soy de la generación X y no tengo miedo a ellas , si curiosidad y abierto al cambio para apoyar al desarrollo de la evolución de la educación. Gracias por toda esa muy interesante informacion

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    1. Sin duda son tiempos emocionantes y repletos de retos. Gracias por leerlo y comentar. Feliz Año.

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