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La irrupción de internet en los años 90 del pasado siglo supuso que cada vez más docentes empezaran a utilizar herramientas digitales como complemento al libro de texto. Este viraje fue y es aún tímido. El libro de texto sigue siendo, aunque con claros indicios de decadencia, el material didáctico hegemónico. Incluso cuando el docente se decide a hacer uso de herramientas digitales lo hace bajo rutinas aprendidas que simulan su herencia pedagógica ligada al libro de texto, el ejercicio-tarea y el examen. Se cambia el medio, pero la estructura y organización del proceso de enseñanza se mantiene. Así, en muchos casos se pasa del libro de texto en papel al digital, o de la tarea escrita al formulario o el socorrido Kahoot

Sin embargo, el medio transforma de manera significativa la experiencia de aprendizaje y requiere del docente una formación específica y un entrenamiento sobre el terreno que le permita reajustar su diseño, proceso y resultado. Si el docente ajusta al medio digital los patrones aprendidos en el universo analógico con facilidad puede tener la sensación de fracaso o de que los medios utilizados son estériles, dejándolos de usar. A eso se suma que a no ser que exista una fuerza mayor que nos impela a cambiar, tendemos a mantener las mismas rutinas aprendidas desde que empezamos a trabajar en este oficio. Para muchos docentes, formarse en un mundo que muta con tanta rapidez le resulta agotador y desiste, cambiando a lo sumo estrategias de superficie, sin impactar de lleno en su percepción de la profesión. Si sumamos a esto, factores exógenos como el aumento de la burocracia, el impacto de la brecha generacional y el empeoramiento de la salud mental, el intento de cambio decrece en favor de una adaptación de supervivencia. 

Es por ello que las herramientas digitales que mayor éxito han tenido desde que aparecieron internet y los ordenadores en nuestras aulas son aquellas que automatizan el proceso de enseñanza y aprendizaje. Aunque es cierto que ha aumentado en estos 25 años el número de docentes que generan contenido, no es significativo como para producir un cambio relevante en su cultura de trabajo. El libro digital, las plataformas educativas y las aplicaciones de práctica de tareas protagonizan el cambio de analógico a digital. El diseño individual y colectivo de experiencias de aprendizaje es residual, aunque su impacto sobre los alumnos sea más que relevante. 

¿En qué medida la IA supondrá un refuerzo de esta tendencia a la automatización de los procesos de enseñanza? ¿Qué impacto tendrá sobre la cultura de trabajo del docente? ¿Fomentará nuestra creatividad y versatilidad o las sustituirá? Hace unos días descubrí al azar una web, thinköai, una plataforma que utiliza la IA para diseñar ejercicios, sesiones, situaciones de aprendizaje y proyectos de manera estructurada. Incluye la justificación didáctica, incluso las rúbricas resultantes (esta herramienta está aún en construcción). La he probado con una situación de aprendizaje que ya realicé con mis alumnos de 4º de ESO, introduciendo breves datos de mis intenciones y algunas características de mi alumnado y en pocos segundos tenía lista una programación del proyecto y detalles de las posibles sesiones, con materiales, agrupamiento, ejercicios... El docente puede reajustar detalles del proceso, quitar, poner, mantener lo que desee. 

¿Cuál será la actitud del docente si pudiera disponer de este tipo de plataformas, financiadas por su consejería de educación o por editoriales? ¿Qué margen de autonomía se daría a sí mismo el docente para diseñar a criterio propio sus experiencias de aprendizaje? Estamos aún en los inicios del desarrollo de estas herramientas de gestión de la actividad docente. El afinado de IA entrenadas en objetivos educativos será en breve una realidad que progresivamente moldeará los modelos de enseñanza. ¿En qué dirección lo hará? ¿Cuáles serán los riesgos y bondades? 

Podemos utilizar como material de análisis la deriva de la digitalización en el sistema educativo y el impacto que está teniendo sobre el docente la aparición de la IA hasta la fecha. No veo a medio plazo (tampoco a largo) una variación en la tendencia que mute hacia un uso creativo de la IA y sí hacia una automatización del diseño y la evaluación. El recelo, cuando no miedo, del docente a la IA en parte está causado no solo por la natural incertidumbre ante el cambio acelerado de modelos tecnológicos de acceso a la información y la comunicación, también obedece a que la IA invade y altera prácticas de enseñanza asentadas en la rutina profesional. La primera en reaccionar ha sido la Universidad y el miedo a la apabullante facilidad del corta y pega a través de IA generativas. En Secundaria, este impacto es aún residual y dispar, y afecta de manera más significativa cuanto mayor autonomía y competencias posea el alumno. 

Es previsible un periodo lento de transición, no solo por acomodación psicológica en el profesorado y su pregnancia en las prácticas rutinarias del aula, sino también porque las IA aún afinan poco su eficacia y poseen aún sesgos pronunciados y riesgos para la seguridad de la privacidad y el derecho a la autoría. Pero ya podemos atisbar tendencias, utilidades relevantes que puede que acaben determinando modelos de gestión, tanto en las políticas educativas como en la programación y el diseño de experiencias de aprendizaje. 

Los más optimistas auguran que la IA, al facilitar y agilizar el trabajo más rutinario y mecánico del docente, permitirá que éste dedique más tiempo, energía y creatividad al diseño y evaluación de su práctica docente. Sin embargo, hay razones para ser menos optimistas. Véanse si no las múltiples consecuencias indeseadas que ha provocado la digitalización de las aulas sobre la práctica docente. El surrealista barroquismo del proceso de evaluación, el aumento de la burocracia, el burnout que lesiona la salud del docente...

Los periodos de adaptación activan la cautela y se tiende a percibir la injerencia de la IA como un agente patógeno en vez de una oportunidad. En una fase posterior que quizá requiera una  década, los nuevos medios y materiales se adaptarán a las rutinas previas asentadas en el docente y el aprendizaje de lo nuevo requerirá de energía y tiempo extra que limitará el espacio al tanteo creativo. En una última fase, el docente nativo -todos los que décadas atrás enseñaron en un mundo analógico ya estarán jubilados- integrará su práctica profesional al nuevo modelo de interfaz didáctica, remodelando rutinas sin apenas distorsión cognitiva e incorporándolas al sistema de enseñanza ya asumido como convencional. Intuyo que ese sistema será más digital que analógico, más automatizado que flexible, y requerirá de mayores inversiones y complejidad de uso, resultando menos accesible y amigable a alumnos vulnerables, quieres convivirán con modelos mixtos o incluso analógicos, haciendo uso de la tecnología, como sucede actualmente, en entornos más tóxicos y desprotegidos. 

Pero no estamos en 2050. Lo que observamos por ahora es una mutación sostenible, sin distorsiones que alteren significativamente los modelos de enseñanza más allá de interferencias asumibles, espejismos intergeneracionales, resistencias románticas o mera adaptación pasiva. El docente contemporáneo sabe que le ha tocado vivir un periodo de transición, con múltiples efectos (perversos o dulces) que se van revelando a través de síntomas exponenciales, pero aceptados como inevitables. Del docente analógico, perfil hegemónico incluso hoy, pasamos poco a poco a un docente pragmático, adaptativo, que rehuye el reformismo pedagógico y entiende su profesión más como oficio que vocación, técnica que arte. A mi juicio, un perfil idóneo para un modelo de automatización inteligente del proceso educativo. Hoy ambos perfiles generacionales de docente conviven en iguales contextos de enseñanza, provocando en ocasiones disrupciones dialécticas en su percepción de la realidad educativa. La pregunta sobre cómo enseñar deja paso a dilemas radicales acerca del porqué de nuestro oficio, su naturaleza y deriva. Es pronto para prever el efecto, pero sin duda la IA echará aún más madera a esta hoguera de perplejidades y lo hará de una forma más cruda y determinante, ya que la IA pone a prueba la viabilidad de las prácticas docentes y la definición de objetivos competenciales de la escuela en diálogo con las formas de relación interpersonal, los paradigmas culturales y los modelos emergentes de producción. Las próximas décadas serán tan controvertidas como emocionantes, decepcionantes como estimulantes. 

«Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.»


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