Libros de texto en tiempos de la IA
Imagen creada en DALL-E
Septiembre es el mes del merchandising de libros de texto, con editoriales arribando en tu cuenta de correo, vendiendo las nuevas versiones de textos LOMLOE, que si bien añaden algunos contenidos nuevos, no suponen un cambio sustancial respecto a las versiones anteriores. Además, por mucho que intentan emular un entorno digital y versátil, los libros ofrecen un formato y contenidos de menor atractivo y capacidad del que ofrecen los recursos digitales o los materiales adaptados de los docentes que comparten en la red. Ni siquiera las plataformas digitales de las editoriales están configuradas para atender la diversidad, ritmos y necesidades de cada alumno o grupo. Están pensadas para un alumno estándar.
No pido libro de texto a mis alumnos. Todo lo creo y adapto yo mismo, lo comparto y aprendo de otros docentes que comparten. De hecho, esta tendencia está creciendo entre el profesorado. Las editoriales no venden tantos libros de texto como en otras décadas. Las plataformas digitales de las editoriales ganan volumen de negocio frente al modelo de libro de texto tradicional, pero tienen serias limitaciones y en alumnos vulnerables son estériles, a no ser que se limiten al espacio del aula.
Leyendo la publicidad de las editoriales me preguntaba qué encaje tendrán estas empresas en los próximos años, en los que la IA generativa, con sus modelos de lenguaje natural, serán capaces -ya lo son en gran medida- de ofrecer contenidos estructurados que agilizan el trabajo al alumnado y hacen inútil un aprendizaje significativo si nos limitamos a evaluar con pruebas mecánicas que la IA puede hacerles en unos segundos. Imagino que las editoriales comprarán servicios de IA adaptados a las necesidades educativas, con prompts específicos y un entorno que asegure la fiabilidad de los contenidos, cosa que hoy ChatGPT, por ejemplo, no ofrece. Este es el futuro más plausible de las editoriales, y por extensión, de un cambio en los hábitos de trabajo del profesorado.
Sin embargo, esto no evita que la posibilidad de acceder rápidamente a contenidos estructurados hará que tareas rutinarias del aula sean estériles, si queremos que los alumnos procesen cognitivamente el contenido, deconstruyéndolo de forma analítica, creativa y crítica. La adaptación didáctica del profesorado llegará sin duda con lentitud y no sin resistencia, pero el alumnado ya conoce estas herramientas. Este curso supondrá una prueba de fuego.
En cualquier caso, el libro de texto irá siendo desplazado a medio plazo por otros formatos de acceso a contenidos, fomentando la creación y adaptación de los mismos en entornos cada vez más digitalizados. Esto no es incompatible con el uso de materiales fungibles, especialmente en la fase inicial de aprendizaje -esquemas, mapas visuales, prototipado de proyectos...- y en entornos vulnerables, donde el acceso y presencia de lo digital es menor y a veces tóxico. En estos entornos, los programas de uso sano de las herramientas digitales a veces es más urgente que la didáctica de las mismas.
Hoy por hoy, lo que es evidente es que los libros de texto y demás materiales fungibles suponen para más del 80% de las familias un lesivo coste cada inicio de curso. A esto se suma el coste de la compra y mantenimiento de equipos digitales. Es inevitable hacernos la pregunta acerca de qué modelo de gasto educativo es el más sostenible y asequible para unas familias cada vez más precariadas.
El modelo actual de libro en papel que cambia cada pocos años es insostenible, al igual que la pervivencia de su propio formato. La responsabilidad es de todos, desde las consejerías y leyes educativas hasta el docente, que debe incluir entre sus criterios elementos de sostenibilidad en el uso del libro de texto. No es raro escuchar a alumnos confesar que apenas usan el libro o que apenas existen diferencias entre una edición y otra. ¿Podemos enseñar sin necesidad de que los alumnos tengan que comprar libros de texto?
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