¿Una escuela sin docentes?


Las profecías futuristas de los gurús de la tecnología se revelan a ojos del mortal ciudadano como necias quimeras o ecos lejanos de un distópico futuro, más temido que creíble, más fantasía que ciencia ficción.

Sin embargo, si hace 25 años hubiéramos imaginado un presente educativo como el que hoy vivimos, quizá nuestra actitud sería similar a la que hoy nos hace recelar. Manos invisibles parecen modelar sin nuestro permiso presente y futuro. Lo hacen a fuego lento, sin la brusquedad de una revolución, cociendo nuestra voluntad mediante un goteo de micro innovaciones que reestructuran nuestra forma de comunicarnos, aprender y trabajar.

La ciencia ficción ha sido la antesala de buena parte de las innovaciones tecnológicas actuales. El augurio de Bill Gates tiene más de deseo que de realidad, pero configura expectativas y estrategias de futuribles innovaciones educativas, en las que la IA facilitaría procesos de aprendizaje a través de modelos de enseñanza donde el docente pasa a ser un guía, gestor, motivador, sin la necesidad de una constante presencia física en el aula. Prompts eficaces teledirigirían la evaluación del alumnado, ofreciendo a los docentes una plataforma desde la que facilitar el aprendizaje y aconsejar sobre su proceso. Igualmente, los bots podrían gestionar la administración, la gestión de burocracia y la inspección, dejando a la política educativa el trabajo de obtención de fondos y relaciones con los agentes sociales implicados en el sistema educativo.

Existen ya ejemplos plausibles, casi todos creados por empresas privadas. Se pueden recopilar datos sobre el rendimiento de los alumnos y realizar análisis predictivos, prescriptivos y comparativos. Igualmente, técnicas con IA integrada, como árboles de decisión, machine learning, redes neuronales, big data y data mining, pueden analizar datos, establecer patrones y obtener información sobre el progreso de los alumnos, aportando elementos para mejorar el sistema educativo. Por ejemplo, aplicaciones como Gradescope pueden calificar el trabajo de un alumno y evaluar sus respuestas. El desarrollo acelerado de la IA permitirá a corto plazo afinar estas aplicaciones específicas en tareas de análisis, gestión, toma de decisiones, planificación, incluso supervisión minuciosa del proceso de aprendizaje de cada alumno.

En el ámbito de la enseñanza online, la IA será sin duda esencial. En la presencial, los cambios serán lentos, con un progresivo implementación de herramientas con IA, tanto como recurso de simulación y práctica virtual de procesos como en la gestión de la actividad docente y de la administración. La pregunta que surge es siempre ética: ¿Con qué criterios crearemos herramientas de análisis con IA? Los sesgos son múltiples e inquietantes. ¿Dejaremos que la IA tome decisiones autónomamente en lugar de los gestores políticos y educativos? De no ser así, ¿qué criterios aplicaremos a los datos obtenidos? Si el objetivo de una gestión educativa es la reducción del gasto público, la IA generará soluciones a partir de ese criterio político. ¿Se admitirá como criterio de verdad legitimador lo que la IA determine? Una IA puede incorporar, si así lo queremos, modelos de gestión en función de parámetros ideológicos diversos. Es peligroso que se imponga un criterio hegemónico de gestión basada en criterios meramente pragmáticos, incluso condicionados por el principio de menor coste, mayor beneficio, como hiciera una empresa privada.

A los que venimos de un modelo educativo donde la presencia del docente en el aula nos parece un principio inapelable, estos augurios devienen en aciaga distopía, una peligrosa involución. Pero es inevitable admitir, contra nuestra voluntad, que la revolución tecnológica está automatizando no solo los procesos de trabajo, sino también nuestra forma de aprender, conduciendo al sistema educativo hacia nuevas formas de configurar el proceso de enseñanza. A priori, es previsible pensar que este modelo solo tendría cierto éxito bajo unas condiciones previas de autonomía, conocimiento y responsabilidad por parte de docentes y alumnos, lo que lo hace más adaptable a niveles de enseñanza superiores, como Bachillerato, FP Superior y Universidad, así como formatos de formación profesional adaptados a necesidades específicas. En contextos de escasa competencia digital y precariedad social es evidente que una educación presencial seguirá siendo prioritaria. Las dudas son más plausibles si imaginamos la posibilidad de una enseñanza altamente digitalizada, con escasa presencia física del docente, con recursos digitales que faciliten el aprendizaje y algoritmos que teledirijan el proceso y su evaluación.

Existen numerosos frenos que impiden la implementación de este modelo de enseñanza:
  • Aún no está limada y testada la tecnología que lo haga posible. Apenas existen ejemplos factibles de tecnologías aplicables a la educación, como simuladores de procesos o guías de evaluación.
  • Su puesta en marcha requiere un alto coste presupuestario. Los centros privados tendrán sin duda ventaja frente a la paupérrima dotación pública, dependiente de instancias europeas.
  • La competencia digital de la comunidad educativa es aún muy rudimentaria. El relevo generacional se hace esperar. La digitalización de la vida cotidiana, aunque es cada vez más visible y determinante, evoluciona a ritmo lento y residual, y no es inclusiva. A las clases más vulnerables les afectará de forma agresiva, excluyéndolos del acceso al conocimiento y el ascenso económico y social.
  • La cultura educativa está aún ligada a modelos presenciales de aprendizaje. El apoyo social requeriría de un prudente proceso de aclimatación. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en 15 años se jubilarán gran parte de los docentes de generaciones analógicas, dando paso a profesionales más adaptados a nuevos patrones de socialización y formación, sin los prejuicios de generaciones precedentes, más complacientes ante los cambios que vendrán.
  • Existen serios argumentos éticos que advierten de los efectos perversos que produciría. Potenciaría una enseñanza adaptativa, pragmática, plegada a necesidades exógenas, dificultando la adquisición de un conocimiento sistémico y humanista, socializador y crítico. Ante la inexorabilidad de este proceso de cambio, muchos intelectuales apelan a la necesidad no tanto de un rechazo frontal cuanto a la redefinición del concepto humanismo, que no claudique a la necesidad de defender valores universales.
Cuando testé por primera vez algunas de las IA, tuve una sensación entre asombro y temblor, convencido de estar ante una tecnología que reconfigurará a medio y largo plazo la forma de enseñar. Querámoslo o no. Durante los primeros meses de experimentación con algunas IA, me di cuenta de que aún son rudimentarias, sin afinar, no fiables del todo, aplicables inicialmente solo a determinadas rutinas de apoyo al proceso de aprendizaje. El camino hacia su efectivo uso educativo será complejo y lento. A esto se suma que la percepción inicial del docente hacia la IA educativa es mayoritariamente cautelosa, recelosa, hostil incluso. Como en otros muchos casos, el cambio de actitud del docente vendrá determinada más por el impacto que tenga sobre el alumnado en sus rutinas de trabajo de aula que los tímidos intentos iniciales de ofrecer desde las consejerías una formación sobre IA. Existen épocas históricas en las que la configuración social y económica armoniza con los objetivos de la enseñanza reglada, sin embargo ante un cambio de paradigma esa armonía desaparece poco a poco, dando paso a un periodo de transición, traumático e inestable.

Hoy, 2023, asistimos a los prolegómenos de ese cambio sustancial. La sensación de mareo es inevitable, más aún en docentes que conocimos un mundo sin internet, móviles y redes sociales. He hablado con muchos jóvenes de veinte a treinta años sobre este asunto y observo que ellos perciben nuestra cautela como quien teme que le muerda un chihuahua. No ven peligro alguno, se adaptan sin mediación de una reflexión ética. Los cambios lo ven como oportunidad, no como señal de peligro. Es comprensible que exista una notable diferencia de actitud entre ambas generaciones. Sin embargo, esto no hace menos importante establecer un diálogo sereno y compartido sobre los retos de un futuro no tan lejano que ya está aquí.

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